domingo, 7 de abril de 2013

El Malestar en la Globalización




La teoría neoclásica supone que el libre comercio entre naciones permite, entre otras cosas, reducir la pobreza en los países en desarrollo, los modelos basados en las ventajas comparativas, la especialización por abundancia de factores y la libre circulación de bienes, servicios y capital físico y financiero, permiten una asignación eficiente de la producción mundial, donde cada nación produce a un menor costo aquellos bienes para los que tiene una mayor cantidad relativa de recursos. Este proceso genera crecimiento y una redistribución del ingreso en favor del factor abundante, que en el caso de estos países por lo general es la mano de obra no calificada (los pobres).

A pesar de esta predicción del modelo y de que existe un acuerdo general, desde que David Ricardo presentó al mundo su teoría sobre las ventajas comparativas, de que el libre comercio produce mejores resultados que la autarquía o la imposición de barreras al intercambio comercial, la globalización ha dejado una gran decepción entre muchos de los países en desarrollo que la adoptaron en la década de los 90 como parte de las reformas estructurales impuestas por el Consenso de Washington. Estos párrafos resumen un poco las ideas presentadas por el economista Joseph Stiglitz en su libro El Malestar en la Globalización, publicado en el año 2002.

Aunque Stiglitz comulga con las ideas de Ricardo, su principal crítica a la globalización va dirigida al cómo esta fue y ha sido gestionada por lo países y los organismos internacionales, quienes han servido de “guías expertos” en el proceso. Para Stiglitz la globalización ha errado en dos aspectos fundamentales, en primer lugar haber dejado todo en manos de las fuerzas del mercado y en segundo lugar la inmediatez de las reformas que llevaron a la liberalización del comercio.

El asumir que los mercados son competitivos y existe información perfecta es muy simplista y hasta tonto según el autor, este supuesto básico de la economía neoclásica va dirigido a reducir lo más que se pueda el papel del Estado dentro de la economía, suponiendo que la interacción entre la oferta y la demanda permitirá, a través de la archiconocida mano invisible, alcanzar el equilibrio. Stiglitz sostiene en su obra que el Estado debió y debe jugar un rol fundamental en la globalización, ya que los mercados son imperfectos y hay asimetrías en la información, por lo que se hace necesaria la existencia de un agente regulador.

En cuanto a la velocidad con que los países liberalizaron el comercio Stiglitz, quien ha estudiado a fondo el proceso de desarrollo de las economías del sudeste asiático, comenta que una apertura gradual  parece ser el camino con mejores resultados, lo que nos hace pensar que, al contrario de lo que la teoría neoclásica supone, cierto grado de protección al comercio es necesario para resguardar a sectores vulnerables de la economía y hacer que el proceso de redistribución del ingreso producto de la globalización sea más amable.

Stiglitz critica el papel jugado por las organizaciones internacionales que conforman el llamado Consenso de Washington y la imposición de su paquete de reformas de primera generación como requisito para que las economías con problemas tuvieran acceso a los fondos o préstamos del FMI, entre los ejemplos que menciona está la gestión que hizo la burocracia internacional de la Crisis Rusa, en donde el dinero prestado fue a parar a las cuentas bancarias de los funcionarios corruptos rusos y sus empresarios relacionados.

Stiglitz sostiene en el libro, como lo ha hecho en su análisis sobre la crisis actual de la zona euro, que las medidas ortodoxas de austeridad no hacen más que acrecentar la crisis e imponer mayores cargas para los pobres, quienes no solo se ven afectados por los recortes presupuestarios, sino que además tendrán que pagar a través de sus impuesto los créditos recibidos de los grandes bancos internacionales.

En cuanto a la liberalización Stiglitz habla de la crisis asiática y de cómo la libre circulación de capitales permitió que un ataque especulativo contra la moneda tailandesa precipitara a toda la zona a la debacle económica. El autor defiende entonces la participación del Estado en la economía, no solo como un regulador de los mercados para evitar episodios como el sucedido en el sudeste asiático, sino que además considera que en épocas de crisis debe aplicarse un modelo de expansión del gasto para incentivar la economía a diferencia de todo lo propuesto por la teoría neoclásica.

Muy en línea con las críticas al proceso de globalización por terapia de choque y sin intervención del Estado que nos presenta Stiglitz, otros economistas han levantado la voz para indicar con evidencia empírica que la liberalización del comercio a diferencia de lo que se cree ha profundizado la brecha entre los más ricos y pobres. Entre ellos podemos nombrar al economista Hindú Amit Bhaduri quien en su libro Repensar la Economía Política explica como el libre flujo de capitales en la forma de inversión extranjera directa ha producido en la India un fenómeno conocido como crecimiento sin empleo y en el que los más pobres y menos calificados no consiguen acceso a los mercados de trabajo sesgados hacia la calificación, Bhaduri sostiene que el Estado debe implementar políticas de demanda agregada que generen empleo y no dejar la economía a merced del mercado.

Para economistas como Dani Rodrik, quien tiene una visión heterodoxa, el Estado debe cumplir con las funciones de proteger los derechos de propiedad, regular los mercados, mantener la estabilidad macroeconómica y crear mecanismos para garantizar la seguridad social y el manejo del conflicto redistributivo. Según Rodrik es en estas tareas que han fallado los gobiernos de los países a los que no les ha ido tan bien con la globalización.

En conclusión parecen ser más los sin sabores que las alegrías que ha dejado la globalización y el incumplimiento de sus promesas de que un libre mercado permitiría el crecimiento global en igualdad de condiciones para todos, las protecciones mantenidas por las grandes economías que, en un doble discurso, alientan a los países en desarrollo a abrir indiscriminadamente sus mercados, la falta de intervención del Estado en el proceso, la imposición de la receta neoliberal como terapia de choque y sin tomar en cuenta las particularidades de cada nación y la inamovilidad de la mano de obra, son algunos de los elementos que le han jugado en contra a este proceso. Recuerdo que cuando estaba en la facultad mi profesora de historia económica nos decía que el mundo no iba hacia la globalización, que por el contrario iba en dirección hacia la autarquía, es posible que el malestar general hacia el libre mercado haga que se cumpla su predicción. 

Esta nota la escribí como parte de mis asignaciones de maestría en economía aplicada, Septiembre de 2012